Confesiones y Confesores
Recuerdos de mi niñez traen a la mente imágenes de antiguas iglesias de Madrid, de su interior oscuro, triste y tenebroso, con cuadros y reproducciones de pintura religiosa de cristos sangrantes y mártires sufrientes. Entre esas imágenes de la memoria recuerdo aquellos confesionarios donde, a ciertas horas de la mañana o de la tarde, un sacerdote se introducía dando comienzo a la confesión de algunos fieles. Sobre todo mujeres, mujeres solitarias, viudas o beatas, asiduas feligresas de confesión. El colegio nos mandaba a confesar para la comunión de algún día de especial celebración religiosa. Recuerdo lo interminable de aquellas esperas, de aquellas confesiones de las feligresas. Solo alcanzaba a escuchar un ligero murmullo de la “pecadora” y las respuestas del confesor. No entendía, a mi corta edad, que una mujer pudiera tener tantos pecados que confesar, tantas culpas por las que pedir perdón y rendir cuentas. A veces no se podía ver bien la imagen de la mujer arrodillada. El confesionario estaba como escondido, arrinconado en un ángulo de la nave, sin luz, intentando ocultar algo…… quizás los pecados inconfesables a plena luz. Con los años fui dejando aquellas prácticas religiosas y, sólo, de vez en cuando acompañaba a mi amigo a sus quehaceres religiosos. Estaba en plena explosión adolescente y mi imaginación, aderezada con alguna lectura de libros prohibidos, daba rienda suelta a fantasías y largas confesiones de aquellas beatas.
Imaginaba una trampilla en el confesionario por donde la mano del confesor levantaba las largas faldas de la pecadora, buscando el objeto de pecado, la vagina húmeda y latiente que requería el consuelo y perdón del sacerdote. La penitente señalaba al culpable de su debilidad y pecado, agarrando por la misma trampilla el falo sacerdotal que, elevado y duro como una piedra, mojaba la mano acusadora. Entre letanías, suspiros y ligeros gemidos de placer penitente, la beata recibía el perdón del representante de Dios sobre la tierra.
Pasado un tiempo largo la beata se incorporaba, arrodillándose ante el altar con rostro encendido, calurosa y ojos brillantes por el placer del perdón recibido. El cura abandonaba el confesionario. Bajo la sotana un bulto saliente delataba el uso de Satán para el perdón de las debilidades humanas. En este caso debilidades femeninas.
El tiempo me facilitó el acceso a obras de arte, pinturas, grabados y pequeñas esculturas, donde se aprecia el indudable valor de la confesión de los pecados y la descarga de tensiones acumuladas, la relajación.
Las iglesias modernas no se prestan a este tipo de confesiones. Son iglesias luminosas, alegres, sin escondites ni confesionarios con trampilla. Incluso las confesiones se realizan ahora de forma menos aparatosa, más naturales…como una conversación entre amigos. A lo mejor es que se peca menos y no se necesita tanto tiempo. O se peca de otra manera. No estoy seguro. Yo sigo pecando, pero a mi ritmo y sin confesarme.
6 comentarios
Anónimo -
Berenisse -
ami no me tocaron esos tiempos pero no dudo que pasen cosas similares ahorita ya que TODOS tenemos nuestro lado carnal y ese es muy natural
no digo que eso estq bien porque se supone que los padres o curas o como les quieras lamar estan reprecntando a lo mas "puro" y a lagunas prsonas darc cuenta d esas cosas les afecta mucho : S yo conosco a una bueno el tema es bueno pero ya me dio flogra escri. y apart no pongo puntos ni comas jajaja bye
unamaruja -
marcos -
despechada -
MDM -
Querido amigo, el concepto de pecado pienso que habría que revisarlo y no se si Benedicto estará por la labor.
Un abrazo.